Foto: Diario Rombe Y me preguntaron si tuve infancia. Sí, entre palanganas y platos rotos, como juguetes, Esos en los que derramaba cada gota de lágrima, cuando no quedaba más que obedecer y dibujaba el sol como un juguete que al lavarse podía desvanecer. Incluso “niño negro” goteaba en lágrimas cuando no podía más que obedecer a la fuerza suprema que la dirigía hacia mis nalgas. Y esa fue mi infancia. Esos son mis recuerdos; una memoria de lo que fue antes de que pudiera ser. Un hogar donde papá nunca sonreía. Y aprendí que no estaba permitido sonreír porque, obviamente, débil ante los demás, me hacía. Un hombre bantú, guerrero por una capa de lava, hombre de corazón de piedra infranqueable no podía permitirse la debilidad que suponía una sonrisa. Y para cuando descubrí la alegría, la tristeza ya tenía su altar en mi alma. Entonces, no quedaba nada que hacer: mi pasado había hipotecado ya mi futuro y el arrepentimiento se quedó en
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