Esa mañana, cuando aún se abrían las flores con el rocío,
Me dispuse a escribirle una carta en la que no sabía qué decir.
Desde un punto lejano en el firmamento
El cielo y las estrellas conjugaban los verbos en un tiempo imperfecto,
Y es que se equivocaron exageradamente
Porque su amor se hallaba oculto en el manto
Entre la corteza y la atmósfera,
Allá en donde perdía la cabeza por ella.
Mientras mi mano jugueteaba con el bolígrafo
A mi corazón le envolvió un sentimiento nostálgico,
Porque por sus besos me había convertido en romántico.
Sé que a ella le gustaba que mis celos fueran algo tóxicos,
Porque sólo así sentía que en verdad me importaba.
Y transcurrieron las horas y mi carta seguía en el mismo punto vacío,
Lo curioso es que sabía que algo tenía que decirle,
Porque aún recordaba lo perfecta e imperfecta que era su mirada,
Y según la recordaba, sólo podía definirla con una palabra: “Wau”.
Pero eso no importaba porque mi lámina seguía en blanco
Y, en un desesperado intento de rescate,
Mi mente viajó al pasado,
Con el fin de recuperar algún fragmento de su recuerdo,
Que me hiciera sentir que realmente estaba a mi lado.
El salón era enorme, tan vacío como lleno de sus recuerdos.
Se podía escuchar el sonido uniforme de sus tacones,
Y resonaba en cada rincón esa risa traviesa que se escapaba de sus labios,
Podía verme con una mano en su hombro;
Y la otra, en su cintura,
Escuchaba al violinista que se acompasaba con el pianista,
Esos movimientos tan suaves de nuestros cuerpos…
No, no era un baile de salón,
Sino nuestros corazones hablando en un idioma que sólo entendiéramos los dos.
Rito Romero
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