Tuve que aprender de muchos
en un mundo de tantos fuertes y debiluchos,
mantenía la misma perspectiva,
una silla, un papel y una fila de portaminas.
Mientras el mundo seguía girando a trescientos sesenta,
me mantenía estable en el ángulo llano de ciento ochenta
intentando cambiar la realidad que portaba.
Expresaba la soledad cuando el aire solitario me rozaba.
Tuve que observar desde lejos a otros niños jugar,
mientras el polvo que levantaban sus pies me bañaba dejándome tan vulgar;
mientras la tele se hacía amiga mía cada vez más,
seguía perdiendo a aquellas que aceleraban sus pasos dejándome atrás.
Perdía cada día la esperanza de poder levantarme,
la amenaza de un destino incierto juraba vengarse,
por cada grito que le di, por cada lágrima que solté,
que por cada cicatriz que aprendí sólo de una me acordé.
Porque a veces adoro esta silla,
pues es la única persona que me hace compañía.
Nunca se aparta de mí,
con sus patas dispuestas a aguantar el peso de mi vivir.
Y es que siento que soy un estorbo para el mundo.
Quiero dejar de serlo,
a veces deseo volver atrás y empezar de cero,
borrar de la línea del tiempo aquel día que conectó aquella silla conmigo.
A veces lloro, otras veces sonrío,
se hacen tan largas las horas del día que de contarlas me olvido;
a veces echo de menos a mi dulce y fiel amigo, guerrero le digo,
siempre está dispuesto a echarme una mano cuando se lo pido.
Gabriel Sangale Endje
Comentarios
Publicar un comentario